domingo, 25 de septiembre de 2011

Gotas

Una sola gota de sudor se atrevió a cruzar la frente del ninja. Era una gota valiente. En su desesperada carrera contra el suelo, la gota no paró a pensar en las consecuencias. Era demasiado tarde para eso. Demasiado tarde para para y pensar en las consecuencias. Demasiado tarde para sentarse y hablar. Demasiado tarde para parar, demasiado tarde para hablar, demasiado tarde para pensar. Era demasiado tarde.

Sus húmedos pies se despegaron de la nariz. Su boca lanzó un grito de guerra, mientras todo quedaba atrás. Su familia, su casa, y las normas de los ancianos marchitos. Junto a sus pies se elevaba su corazón, hacia mundos desconicidos, hacia el gran enemigo de la oscuridad, el desconocido que había estado destruyéndoles.

Lo llamaban Mano. Llegó un día, sin avisar. Sus tiendas rotas, sus pelos retorcidos y apartados de la sociedad. Las gotas supervivientes se reunieron al día siguiente. Se acordaron pactos, se ordenaron leyes, y los demás se separaron y obedecieron. No hubo contestaciones, ni rechistes. Todos sabían que los ancianos eran los únicos que ya habían vivido eso. Los ancianos y sus historias... Nadie les había hecho caso desde hacía mucho tiempo, y ahora estaban borrachos de poder. Sus ordenes empezaron a sonar cada vez más ilógicas y engreídas, hasta que el pueblo volvió a ignorarles. Entonces, Mano volvió. Lo hizo con una furia jamás vista, con la palma y la muñeca, con determinación.

Ese fue el principio del fin. Con su mando asentado, los ancianos se volvieron aún más radicales, más inflexibles en su auto-determinación, en sus dogmas y normas que no tenían por objetivo la protección, sino su deificación.

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